jueves, 26 de julio de 2012

Un equipo, un país

Sudáfrica, una nación unida por Mandela



La historia de mi interés por lo que pasó en Sudáfrica con el apartheid y la segregación racial llegó ligada al rugby, cuando Los Pumas fueron invitados a jugar con los Springboks en la década del '80 y lo hicieron de manera extraoficial, ya que estaba prohibido competir con los sudafricanos por la suspensión que regía sobre su país para toda competencia internacional por su política racista interna.
La excursión, sin embargo, resultó más que positiva para el rugby argentino, porque el equipo que se llamó Sudamérica XV (no podían utilizar ningún nombre que representara a la Argentina) fue el único en el historial que le ganó a los sudafricanos con 21 puntos de Hugo Porta, uno de los más grandes rugbier de todas las épocas.


Mandela, prisionero del régimen durante 27 años y 18 encerrado en la cárcel de máxima seguridad de Robben Island, presionó tanto sobre el poder blanco que en la década del '90 consiguió su liberación a través del presidente Frederik De Klerk.
Una vez afuera llegó por elecciones democráticas a ser el primer presidente negro de su nación. Y recién instalado en el poder resultó clave para conseguir que Sudáfrica organizara la 3ra Copa del Mundo de Rugby. Su mensaje pacificador y de unidad para un país dividido durante años fue decisivo para forjar un espíritu que llevó a los Springboks a su primera copa del mundo.
El slogan "un equipo, un país" fue el que posibilitó que por primera vez negros y blancos se unieran detrás de la misma bandera y disfrutaran del título que en tiempo suplementario conquistaban luego de una patada de Joel Stransky ante los poderosos All Blacks de Jonah Lomu.
La imágen de Mandela entregando la Copa al capitán Francois Pienaar recorrió el mundo y fue el símbolo del primer título de un país que respira rugby y que por primera vez festejó unido.



El Factor Humano y Clint Eastwood

De manera sorpresiva y por mi primo y amigo que vive en España, Guillermo Mira, titular de Historia en la Universidad de Salamanca, llegó a mis manos un libro -dedicado por él- y muy bien narrado por el inglés John Carlin: "El Factor Humano". El mismo trataba sobre los acontecimientos que sucedieron tras la liberación de Mandela y la obtención de los Springboks de su primer título mundial. Un libro fantástico, que tenía entre líneas el comentario de que Clint Eastwood había comprado los derecho para llevarla al cine.
La historia de Carlin fue tan emotiva como conmovedora, con anécdotas fantásticas, una de las cuáles quedó grabada en mi memoria como una escena a medida de Hoolywood, en la que el espectador debía emocionarse como me pasaba a mi cuando me devoraba las páginas.
La ascendencia de Mandela fue tan grande, que cautivó al manager del equipo y ex jugador del seleccionado, Du Plessis, al que le hizo una sugerencia: el país se debía un himno nuevo, con las lenguas unificadas de los blancos (afrikaans) y los negros (isiZulu) y los Springboks debían ser el vehículo para acentuar la unidad.
Cuando reunieron a los jugadores en una habitación y les dijeron que una intérprete negra les iba a enseñar el nuevo himno con parte de la letra en Zulú, muchos de ellos se miraron como incrédulos y algunos sin mucho ánimo de aprender.
Sin embargo, como todos sabrán la importancia que tiene el himno de cada país en una competencia de rugby (sino recuerden las lágrimas de Los Pumas en cada ceremonia de Francia 2007), la concentración y compenetración fue creciendo de tal modo, que bastó que uno de los jugadores se pusiera de pie para cantar (imaginen un gigante de 2 metros de ascendencia bien holandesa) que uno a uno los Springboks se incorporaron para darle voz y presencia al nuevo himno de la integración nacional; todo con lágrimas en los ojos y un sentimiento único y bien hollywoodense. 


Tan grande fue mi sorpresa cuando me senté a ver Invictus y no encontré esa escena, que casi dejo de ver la película. Lo que esperaba no estaba, y a esa notable interpretación de Morgan Freeman y Matt Damon y de un mejor director como Eastwood le faltaba lo que a mi entender era la frutilla del postre.
Al poco tiempo del estreno pude tener una explicación del director de Gran Torino de parte de un colegade espectáculos del Diario La Nación, Marcelo Stiletano, que lo había entrevistado por el estreno de la película y le había preguntado por la ausencia de esa escena: la conclusión de Eastwood fue tan terminante como valedera: "no quise caer en golpes bajos ni sensiblerías, las escenas del contraste racial están bien especificadas en la película y no me pareció oportuno para lo yo que quería contar".
Palabra de Eastwood, palabra de director, aunque para mi escena favorita imaginada le faltó la frutilla del postre para una de las historias más conmovedores del deporte y la humanidad.

   

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